Que alguien mire las cervezas como quien evalúa un mal cuadro, así, a distancia, acercándose y alejándose con el ceño fruncido, con un brazo cruzado sobre el estómago y la otra mano cogiéndose el mentón, te indica, infaliblemente, siete cosas:
-que no tiene ni idea,
-que quiere «algo» para regalar,
-que todo le va a parecer demasiado caro,
-que todo le va a parecer demasiado barato,
-que te va a dar la mañana,
-que acabará llevándose un pack de Duvel
-y poniéndome de muy mala hostia.
Nada le va a parecer bien. Todo será demasiado caro o demasiado barato, demasiado oscuro o demasiado claro, demasiado fuerte o demasiado suave, demasiado normal o demasiado raro, demasiado algo o demasiado lo contrario… Y, en definitiva, nada de lo que tengo en la tienda combinará bien con la lámpara, y, claro, no va a cambiar la lámpara. Qué más da lo que haya dentro de la botella…
«Aaaaah, pero… ¿es cerveza??»