Lo primero que vi al bajarme del bus fue un indigente. Lo segundo, una bronca entre dos malcarados (parecía que se disputaban el territorio). Luego vi otro indigente, anciano, arrastrando todas sus cosas en un carro y apoyándose en una muleta poco fiable.
Después vi cómo le robaban la cartera a uno. Luego vi cómo insultaban a otro.
Vi trapicheo, mercadeo ilegal, suciedad. Vi Mossos viendo todo esto.
Vi muchos coches, demasiados. Algunos mal aparcados, algunos multados.
Vi inmigración a saco, un par de borrachos, dos casas okupadas.
Vi una moto saltándose un semáforo y un coche amenazando con bramidos de motor a una mujer anciana que cruzaba por donde no debía.
Vi graffitis en monumentos. Vi muchos negocios en traspaso y venta ambulante ilegal.
Vi a una señora entregada a una máquina tragaperras y dedicada a una copa de coñac.
Al entrar en el metro, vi a uno saltando las barreras y a otro empujando al de delante para colarse con él.
En el vagón, mucha gente, mucho ruido, malos olores… caras largas y expresiones grises. Vi a la gente silenciosa, todos absortos en el móvil, aislándose de los demás. Muchos de ellos llevaban un pequeño lacito amarillo en la pechera.
Vi inseguridad, tensión, degradación personal.
Vi crestas, rastas, perros sin collar, distintos tonos de piel… vi una señora tapada de la punta del pelo a la de los pies. Vi progreso, modernidad, tecnología, vanguardismo, variopintismo, diversidad cultural, libertad personal, mucho chic-ismo, in-ismo, guay-ismo, snobismo…
Dos individuos se retan con la mirada, a ver quién es el más macho.
Ya en la calle de nuevo, en mi barrio, vi a la misma gente de siempre. Vi el Kebab abierto, los bares de chinos abiertos y la ferretería cerrada, esta vez para siempre, después de 30 años.
A la vez que iba viendo todo esto, veía también un montón de Estelades y de banderas de España, y sonrisas y mangas de camisa arremangadas en las paredes en restos de propaganda electoral.
Generalmente ni lo percibo. Ya me he hecho a todo esto, nací aquí y llevo aquí toda mi vida. Pero el contraste se me estampó en la cara porque venía de una ciudad pequeña muchísimo más atrasada, menos molona y mucho más conservadora que Barcelona. Dónde va a parar…
Me entraron ganas de darme la vuelta. Pero enseguida recordé que todo esto tiene las horas contadas.
En nuestra flamante república catalana todo será mejor.
Y me sentí aliviada, y casi feliz. Cuando me hincaron el codo en las costillas para abrirse paso hacia la puerta, sonreí con expresión beatífica y la mirada en un lata de cocacola chafada.
Venga, fuera ironías…
Me dije que voy a intentar trabajar mejor en lo local para transcender a lo universal. Me dije que voy a cuidar más mi entorno personal para mejorar lo global. Creo que este es el orden correcto, y no al revés. No sé si me explico…
Y mientras sigo preparando mi fuga. Ya queda na.