Susana Giner 30 diciembre, 2018

Oído hace un plis:
Dos señoras mayores, muy mayores, muy encogiditas ellas, arrugaditas, entran con gran esfuerzo (el escalón de entrada es alto y la puerta es algo pesada).
-Buenos días.
-Buenos días, queremos vino.
-No tenemos vino –digo yo con el corazón encogido (los ancianos me
conmueven). –Sólo tenemos cerveza.
-¿Sólo cerveza?
-Sólo cerveza.
-¿Incluso el vino? –dice señalando, obviamente, una botella de
cerveza.
-Eso es cerveza.
-¿Ese vino es cerveza?
-Cerveza, sí.
Se lo miran. Se miran la botella de vino de cerveza. Se miran toda la tienda asombradísimas.
Me miran. Se despiden. Se cogen entre ellas del brazo y mientras se dirigen a la puerta:
-¿Has visto qué cantidad de botellería?
-Uis, sí, qué cantidad…
-Pues la nena esa dice que todo es cerveza –con tono de “pero a mí no
me engaña, yo sé que es vino”.
-Ya, sí, claro… seguro…

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